La Partida de tu Vida
-Abuelito, abuelito…-
Decía mi abuelo tras esas oscuras gafas que le hacían tener ojos buhescos-. ¿Recuerdas
cuando eras pequeño, te asomabas al balcón nos veías venir y nos saludaba desde
allí?
-Claro, como no voy a
recordarlo-. Asentí levente con la cabeza y sonreía a mi abuelo.
Siempre nos suele dar
pena perder a alguien cercano y tan atento como es un abuelo, en cambio, creo
que fue lo mejor que nos pudo pasar a todos, incluido a él mismo.
El pasado 18 de Agosto
mi abuelo fallecía tras una larga enfermedad. Una enfermedad que en los últimos
meses habían dado con él en la cama como única vida posible, sin reconocernos,
o al menos así lo creen los médicos, aunque sus ojos con vida nos transmitiera
todo lo contrario, sin embargo, ya nunca más podría escuchar el tono de su voz,
sus riñas, su risa, sus consejos, sus enseñanzas…
Lo que más me duele no
es su partida, no, sin lugar a dudas no. Lo que verdaderamente me duele es el
hecho que nos trae hasta aquí, el hecho de que su enfermedad no permitiera
vivir desde 2007 como alguien merece, el hecho incesante desde años antes a esa
fecha de que se va, se va y no volverá.
Allí estaba yo, como
todos los veranos desde hacía 3, o quizás 4 años. Mientras mi hermano, mi madre
y mi abuela se daban un chapuzón en la piscina, yo me quedaba en el comedor de
dentro del Club Nazaret, leyendo cualquier libro, a la espera de que apareciera
mi contrincante, él.
Debo decir, que tengo
una agenda donde he ido apuntando todos los enfrentamientos que he tenido con
cualquiera que fuese a las Damas desde el año 2002. Si la poseyerais podrías
comprobar que pocas personas eran capaz de vencerme, quizás una de cada veinte
partidas, porque es normal perder alguna vez, pero cabe destacar que los únicos
capaces pertenecen a mi familia, y sólo dos de ellos habían sido capaz de
plantarme cara con fortaleza, resistiendo mis envestidas desde que a los 7 años
mi tía me enseñara a jugar, y ya, en mi primera partida le ganara…
Desde entonces, mi
abuelo me acogió como su discípulo, jugábamos una y otra vez, nunca conseguía
ganarle.
A mí nunca me gustó que
me dejaran ganar, me gustaba el sabor de la victoria con mi propio esfuerzo,
saber que era mejor, y por aquella época pensar que era más listo e inteligente
que personas que me doblaban, triplicaban en edad, o vayan ustedes a saber, me hacían
sentir un sentimiento de pura lujuria. Lo cierto, es que a mi abuelo no logré
ganarle hasta un 26 de Agosto del año 1999. Ese día me sentí pletórico, era majestuoso,
me sentía como un Dios.
A partir de ese día, la
balanza se iría inclinando poco a poco a mi favor. Mi abuelo, al ver que cada
vez perdía más y más partidas observó que siempre jugaba con blancas, lo que
quiere decir que empezaba la partida, así que quiso revertir un poco el proceso
pidiéndome que jugara con negras, que seguramente no fuera capaz de vencerle con
esas fichas. Ahora que lo pienso fríamente, no estoy seguro que lo dijera con
sinceridad, con ese tosco carácter que en la mayoría de las ocasiones le
caracterizaba, ahora, creo, que lo hizo para que fuera mejor, para que una vez
más me superara.
Como es lógico adivinar
me adapté a mis nuevas circunstancias al poco tiempo.
El número de victorias
por partidas jugadas iría aumentando con forme pasaba el tiempo. En ocasiones,
y cuando mi abuelo creía que le era imposible levantar la partida, me ofrecía
revertir el tablero a ver si yo era capaz, y lo era…
A veces me pregunto si
por aquel entonces a principio de 2000 la enfermedad ya le había empezado a
afectar, si quizás yo no era tan brillante como creía, sino que, el maestro
enfermo hacía crecer a su discípulo a la sombra de su enfermedad.
-Abuelo, ¿pero qué
haces?
Mi hermano y yo nos mirábamos y nos reíamos de
sus tonterías., había empezado a andar encorvado, arrastrando los pies,
murmurando entre dientes, pero con una sonrisa bonachona que lo delataban.
-¿Por qué no caminas
normal, abuelo?- Preguntó mi hermano.
Mi abuelo empezó a reír
un poco y a agravar su falso caminar. Debo hacer hincapié que, pese a su
sobrepeso, mi abuelo fue siempre un hombre fuerte, y con una salud de hierro
para su edad. Mi abuela en ocasiones decía que jamás le había visto coger si
quiera un catarro…
-Es que, quiero que me
recordéis como un ancianito, y luego digáis cuando seáis mayores, mira, ese era
mi abuelito.
Yo, como es normal me
lo tomé a cachondeo, mi hermano y yo nos reímos, y creo recordar que mi madre
también lo hizo mientras mi abuela lo miraba como diciendo, este hombre.... No
tiene solución. Era una mañana de finales de Octubre de 2005, en Grazalema.
Ahora, comprendo porqué
dijo lo que dijo. Él sabía lo que le estaba pasando, y lo que le quedaba por
venir, el nunca llegaría a ser uno de esos ancianitos que van al parque a
charlar de sus cosas, a recordar viejos tiempos, no iba a ser unos de esos
hombres que en el ocaso de su vida diera de comer a gorriones o palomas debajo
de su casa. Él, era consciente que eso nunca llegaría a pasar.
Recuerdo a mi abuelo
como un hombre muy serio, era como lo diríais ustedes un auténtico
cascarrabias. Pero había en él, algunas cosas que delataban su fondo, su
corazón, y ese día en Grazalema dejó entrever algo que probablemente ninguno de
los allí presentes nos percatamos, aunque al menos yo, con el tiempo creo haber
comprendido el por qué.
Pero volvamos al año
2008, el último año, en el que jugaría con él. Me daba vergüenza jugar, el no
merecía que yo jugara con él, pero en cambio, yo sólo quería que el fuera capaz
de hacerme frente, que me ganara. En el transcurso de las partidas el movía mis
fichas, estaba torpe al mover… En aquellas partidas que al menos no tenía estos
defectos yo intentaba engañarme y me decía, “ves, sigue siendo el mismo, sólo
está cansado, sólo está perdiendo algo de vista, sólo…” Pero no había escusas
que poner para lo que estaba pasando.
Desde ese día, el
último que jugué con él, podrían contarse con los dedos de una sola mano las
veces que habré jugado con alguien, había perdido a mi mentor, a mi guía, yo,
sin él, en ese juego no era nadie.
Muchas de las cosas que
sé hoy en día se lo debo en gran parte a él. Puede que mi amor por las Damas
quizás se apagará, pero fue él el que me hacía correr más rápido, fue con él
con el que aprendí a leer y a escribir en gran medida, fue él quien me enseñó
el amor por el Universo, quién me enseñó que más allá de nuestra Tierra había
otras estrellas con otros mundos, fue quién de alguna manera hizo germinar la
semilla del misterio en vida. Puede que en muchas ocasiones, fuera duro, un
cabezón y otras muchas cosas que un niño siempre piensa cuando cree que lleva
la razón y un adulto se la quita. Pero aprendí muchísimas cosas a su lado. Y,
una vez más, lo único que me duele, fue no poder disfrutar de él en toda su
plenitud todos estos años.
Es increíble como en
ocasiones la vida te da señales de lo que acontecerá, algunos, lo llaman
destino, otros, coincidencia. Yo no logro a creer en ninguna de ambas cosas,
pero sí creo que existe algo que nos une, un algo que nos dice de otra persona
querida más allá del tiempo y el espacio, y un día antes de caer en estado
crítico, se me presentó en dos ocasiones esa claridad como en otras ocasiones,
aunque no supe interpretarlo, simplemente me acordé de mi abuelo ese día más
que ningún otro en bastante tiempo, y, finalmente, al día siguiente, empezaría
una agonía de varios días.
Como él hubiera dicho
ante un movimiento en falso de alguna de sus fichas, “¡shit!”.
Todos se quedan a la
hora de la muerte de un familiar con la palabra. La toman como suya, y se la
repiten para sí, una y otra vez, muerte.
No tengo la verdad
absoluta, pero os puedo asegurar de la "inmortalidad" de esos seres
queridos, y no hace falta creer más allá de nuestra propia existencia para
corroborar y ver con nuestros propios ojos eso mismo, su eternidad. Miraos a
ustedes mismos, poneos frente a un espejo, y contemplaros, ¿quiénes sois? Muy
simple, el resultado sine qua non de vuestros antepasados, somos ellos mismos
reflejados en el presente como su propia eternidad, la genética es la que a
través de su magia hace realidad este maravilloso resultado. Pero aún hay más,
fijaros en familiares y amigos, en todos los que os rodean, y por supuesto, una
vez más en vuestro interior, observaréis sin lugar a dudas el paso, la huella
dejada, la imprenta de aquel que hoy, ayer, o en el futuro, nos abandonará,
palabra, que desde este instante debe ser exiliada de nuestro vocabulario y
referirnos a aquellas personas por lo que son, eternas.
Si tras esta
explicación queréis más pruebas palpables de la inmensidad de aquellos que
partieron, podemos poner por caso, el hecho de la materia, ¿dónde fue a parar
todo lo que componía a nuestros ancestros? Yo no lo puedo saber, pero como la
gran mayoría sí conoce, la energía ni se crea ni se destruye, sólo, se
transforma, y, como a fin de cuentas somos potencialmente energía, díganme
ustedes, sí, sinceramente, siguen pensando más allá de otras realidades o
creencias, que nuestros antepasados y ancestros siguen o no vivos de alguna u
otra forma, pues finalmente, quién sabe, si somos lo que muchos dioses de distintas
culturas quisieron ser, simples mortales con un gran don para la eternidad.
Y, mi abuelo, ahora es
eso, un ser eterno, reflejado en sus hijas, en sus nietos y demás parientes y
seres queridos, sigue aquí, pues yo sigo aquí contando su historia. Algunos, creerán que la partida de su vida la acabó perdiendo, yo os digo, miradme y le veréis a él, su historia, sigue con nosotros, él ganó la partida a la vida.
Aunque, como bien
sabéis, en una partida de damas, las fichas, finalmente vuelven a una caja...
Pero no te apures, pronto, volveremos a jugar, Te Quiero.
Dedicado a una gran persona, que supo afrontar sin miedo y bondad la peor de las enfermedades, a mi amigo, compañero y abuelo, Antonio Lorenzo Quesada.
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