Tras los pasos de la Ilusión: Los Reyes de Oriente

Evangelio según San Mateo

Capítulo 2

La visita de los magos

2:1 Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos,
2:2 diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle.
2:3 Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él.
2:4 Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo.
2:5 Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta:
2:6 Y tú, Belén, de la tierra de Judá,
No eres la más pequeña entre los príncipes de Judá;
Porque de ti saldrá un guiador,
Que apacentará a mi pueblo Israel.
2:7 Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella;
2:8 y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore.
2:9 Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño.
2:10 Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo.
2:11 Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.
2:12 Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. (Para saber más, leer: Tras lo pasos de la Ilusión: Herodes el Cruel)


            Leyendo este pasaje, nos percatamos, que nada de lo que en este se expone, hace sospechar que los supuestos magos, fueran 3, y, mucho menos, que fueran reyes. Muchos creerán que la palabra mago, utilizada en este contexto, les otorgaría a estos personajes poderes cuasi divinos, nada más lejos de la realidad, la palabra mago proviene  del elamita (Ma-ku-ish-ti) que pasando por el persa (Ma-gu-u-sha) y por el acadio (Ma-gu-shu) llegó al griego como Μαγός (Magós, plural: μαγοι, magï) y de ahí al latín Magi (Cf. Magíster), serían los miembros de una casta sacerdotal medo-persa de la época aqueménide y durante todo el reinado de Darío el Medo (521-481 a.C). Por otra parte, el significado en la época en la que ocurren los hechos podría hacer referencia al concepto de magoi, como hombres expertos en el estudio de las estrellas o, magav, que significaría hombres grandes o sabios.
            Dicho relato, tampoco aporta nada sobre los posibles nombres que pudieran tener estos. Así, que, pensándolo fríamente, y, una vez más, dando por válida la historia que nos cuentan de la supuesta estrella que los guiaría hasta el pesebre, ¿qué es lo que tenemos de base real? Dos cosas, que vinieron  de Oriente y que eran magos. (Para saber más, leer: Tras lo pasos de la Ilusión: Una estrella en el Firmamento)
            Aunque según la tradición, los magos pudieran ser 3, 6, 12, 60, e incluso hasta 500, la más aceptada hoy en día sería la referida al número 3, pero, ¿por qué?
            Parece que, el hecho de que se le hiciese entrega de tres presentes, dio pie a pensar que debieron ser tres personas las portadoras de sus regalos. Sin embargo, y como quiero ser lo más objetivo posible, para que seas tú, querido lector, el que saque sus conclusiones, analizaré de forma concisa y clara los tres regalos que se les ofrecería al salvador del mundo:

·         Le ofrecieron oro: dicho metal, representa la naturaleza real del individuo al que se le hace entrega, un elemento que liga con el concepto de Rey.

·         Le ofrecieron incienso: dicho elemento representa la divinidad del individuo, muy utilizado en infinidad de altares del mundo para adorar a diferentes dioses.

·         Le ofrecieron mirra: la mirra, es un compuesto embalsamador para los muertos, y, representaría las penurias y torturas que irían ligadas a la muerte en este caso, a la figura de Jesús.


Por lo tanto, cabe pensar que este relato, es falso. Este hecho se fundamenta en los 3 obsequios que se le hizo entrega a Jesús. Nadie, en aquellas fechas podría saber cómo sería su vida, y, aunque podemos dar por válida la interpretación divina de los cielos y las estrellas, nunca podrían haber averiguado hasta qué punto sería tal la agonía final del recién nacido. Es por ello, que deberíamos considerar este relato como una fantasía, o mitología, que, Mateo, introdujo en sus textos por dos causas:

·         La primera premisa sería, la de rellenar los años de oscurantismo de la infancia de Jesús. Muy poco se sabe sobre sus orígenes reales, pues, en realidad, los relatos que nos han llegado hasta nuestros días, comienzan a la edad de 30 años, eso nos hace pensar, ¿qué ocurrió en los 30 años que antecedieron a esos relatos? Es por ello, que estos pasajes se crearan en respuesta a esa premisa, y, Lucas, por su parte, interpretaría de una manera más histórica. 

·         La segunda causa por la que posiblemente fueran creados estos pasajes, sería, la de dar a entender la divinidad que se le atribuye a Jesús desde su nacimiento, y la de relacionar a Jesús, con el Antiguo Testamento, además de hacer especial hincapié en el hecho de que Dios vino al mundo para sufrir y morir por todos nosotros.


De todas formas, indagaremos sobre el origen que dio lugar a los personajes que hoy en día, reparten ilusión a miles de niños en el mundo.
Entre el siglo II y el III se establecería el número de 3 reyes magos así como las características en sus edades en cada uno de ellos. Orígenes, uno de los padres de la Iglesia, y, junto con San Agustín y Santo Tomás uno de los tres pilares de la teología cristiana, sería el que diera el número de 3 magos como el correcto, y, el que acabaría prevaleciendo. Por su parte, Tertuliano, otro padre de la Iglesia, y único junto con Orígenes que no ha sido canonizado, sería el que cambiaría el paradigma de magos por el de reyes. Este cambio lo realizaría por la mala fama que tenían los magos persas en el imperio romano, así fue, como empezarían a reconocérseles como “reyes de Oriente”. Por otra parte, sería a partir de Tertuliano cuando aparecerían las figuras de un rey viejo, el Melchor, que en la actualidad conocemos.

Por otra parte, según el profesor de la Universidad de Florencia, Franco Cardini,  la primera referencia al hecho de que los magos o reyes fueran tres, se habrían hallado en las catacumbas de Priscilla, en Roma, ya que, en ellas, una necrópolis paleocristiana excavada a partir del II a.C., aparecieron la representación de tres figuras que desfilaban ante la Virgen y el niño Jesús.

Hasta bien entrado el siglo VI, nadie conocía por un nombre concreto a estos personajes. Sin embargo, sería a raíz de un mosaico de San Apollinaire Nuovo (Rávena), en el que se representa la procesión de la Vírgenes, en el que se encuentran los tres nombres que se pueden leer encima de sus cabezas, de derecha a izquierda: Gaspar, Melchior, Balthassar.
La representación de una procesión conducida por tres personajes vestidos a la moda persa, tocados con gorro frigio y la de ofrecimiento de enseres a la Virgen que está sentada en un trono con el niño Jesús reposando en su rodilla izquierda, sería, la que, por vez primera, trajera al mundo los nombres tan queridos hoy en día, Melchor, Gaspar y Baltasar, habían cobrado vida.
Gaspar, aparecía representado como un hombre anciano y canoso, portador de la ofrenda del oro. Melchor sería representado como un joven imberbe, que portaba incienso, y, Baltasar, con una gran barba oscura y portando el recipiente con la mirra.



No obstante, tras Tertuliano, poco a poco la representación de los 3, iría evolucionando, y, si al principio se les dibujaba con el gorro frigio de los sacerdotes, poco a poco se les empezaría a representar con las coronas al estilo medieval.

El evangelio armenio del siglo VI, reforzaría esta tradición, citando a los tres Reyes por los nombres de:
·         Melkon, rey de los persas.

·         Gaspar, rey de los indios.

·         Baltasar: rey de los árabes.

Esta representación tenía que ver con las tres razas conocidas en la antigüedad, representantes de las tres edades del hombre y de los tres continentes que por aquel entonces se conocían (Asia, África y Europa).
Sin embargo, Beda el Venerable (673-735),  Doctor de la Iglesia, y, monje benedictino, en el siglo VIII, intercambiaría algunos rasgos físicos que se atribuían a Melchor y Gaspar. Según él,

           “el primero de los magos fue Melchor, un anciano de larga cabellera cana y luenga barba… fue él quién ofreció el oro, símbolo de la realeza divina. El segundo, llamado Gaspar, joven, imberbe, de tez blanca y rosada, honró a Jesús ofreciéndole incienso, símbolo de la divinidad. El tercero, llamado Baltasar, de tez morena, testimonió ofreciéndole mirra, que significaba que el Hijo del hombre debía morir”.
 
De este modo se irían definiendo las características que poco a poco darían lugar a las representaciones que hoy en día podemos observar en diferentes obras de arte, parroquias y escenificaciones. Alrededor del siglo XV empezarían a representarlos como un hombre de barba blanca, otro de pelo cano y un tercero de vello oscuro.  Sería Petrus de Natalibus, en su texto “Catalogus Sanctorum”, quien fijaría las edades de los reyes, Melchor tendría 60 años, Gaspar 40, y, finalmente el más joven de todos sería Baltasar con sus 20 años.
A partir de ese momento, quedarían definidos las edades de los tres reyes, Melchor sería representado como el más anciano, Gaspar como un individuo en la etapa de madurez y, finalmente Baltasar, sería el más joven e inexperto de loes tres.
Ya en el siglo XVI, y, a raíz de los grandes descubrimiento realizados por los europeos, de nuevas tierras y pueblos, la necesidad de propaganda evangelizadora, haría que, la Iglesia, acabara de transformar a los emisarios que un día vieran la estrella que los guiara hacia el Hijo del hombre, Jesús de Nazaret.(Para saber más, leer: Tras los pasos de la Ilusión: Jesús de Nazaret)
Así fue como, tras siglos en busca de una identidad propia para los llamados “reyes de Oriente”, la Iglesia, finalmente dictaminara a esos tres reyes, como descendientes de los tres hijos de Noé, es decir, de Sem, Cam y Jafet, que tras el gran diluvio darían lugar a todos los pueblos que gobiernan la Tierra, y, que, en el Antiguo Testamento, representarían las tres partes del mundo y las tres razas que lo poblaban. De este modo, Gaspar, sería descendiente de Sem, representado con vello rubio y escaso, y simbolizaría a los semitas de Asia, asociados a la ofrenda del incienso. Melchor, por su parte, se convertiría en descendiente europeo de Jafet, asociándolo con la ofrenda del oro. Para terminar, Baltasar, siempre antes representado con tez blanca o morena, se convertiría en un descendiente africano de Cam, de tez negra y relacionado con  la ofrenda mirra.

Sería a partir de mediados del siglo XIX, cuando surgiría en España la creencia infantil de que los Reyes, ahora llamados con el apellido de Magos, aunque sin hacer uso de esta palabra en su término antiguo, sino para dotarlos con poderes sobrenaturales, así pues, surgiría la creencia de que estos, traían golosinas o juguetes a aquellos niños que se hubieran portado bien durante el año, o, en su caso, carbón para los que se hubieran portado mal. En general, sería Gaspar el encargado de repartir golosinas, requesón, miel y frutos secos. Por su parte, Melchor haría acopio de la ropa y calzado. Mientras, Baltasar, sería el encargado de castigar con su carbón o leña a aquellos niños “malos”.
Como consecuencia de estas creencias empezarían los desfiles. Las cabalgatas que hoy en día conocemos, se derivan de estas. Una de las más antiguas y arraigadas que podemos encontrar sería la de Alcoy, en Alicante, que comenzó a celebrarse en el año 1886.

Ahora bien, para aquellos que piensan que existir, existieron, existe una historia que hasta nuestro siglo ha llegado. Debido a que además de en el evangelio de Mateo, el tema de los magos de Oriente se trata en algún que otro texto apócrifo, como el protoevangelio de Santiago, se fue creando poco a poco una corriente, que nos lleva hoy en día hasta la Catedral de Colonia.
La historia, en general, cuenta como fidedigna el relato de Mateo y otros, pero, lo que importa en sí, es que se supone como real, y como tal, debió dejar un rastro en la historia. Por lo que cuentan, que, tras la muerte y resurrección de Jesús, el apóstol Tomás en uno de sus viajes para dar la buena nueva, halló a los 3 en Saba. Allí, tras escuchar los relatos de este, decidirían convertirse al cristianismo, por lo que, serían bautizados y consagrados como obispos.
Como nuevos cristianos, dedicarían el resto de sus vidas a evangelizar, pero, el imperio romano por aquel entonces era fuerte y poderoso, con sus propias creencias y convicciones, por lo que, alrededor del año 70 serían arrestados, martirizados en público como escarnio, y finalmente, ajusticiados. Cuentan, que gracias a sus allegados, los restos mortuorios de los 3, serían depositados en un mismo sarcófago, y que, dicho sarcófago sería encontrado por Santa Elena y llevados a Constantinopla.
Nadie supo a ciencia cierta cómo llegaron los restos a Milán. Pero, en el siglo XI, el clero milanés, en forma de propaganda para dar fama a la ciudad así lo decía, los restos de los 3 reyes de Oriente, descansaban en la iglesia de San Eustorgio. De este modo, descansaron los restos en Milán hasta que, el arzobispo de Colonia, guiado por el archicanciller Federico I Barbarroja, solicitara al emperador su traslado a Colonia, después de que ambos saquearan la ciudad milanesa en el 1164.
Finalmente, los restos, serían depositados en un sarcófago de oro y plata, y, en honor a ellos, ya en Colonia, en 1248, empezaría a levantarse una catedral gótica que tardaría en construirse seis siglos, y la cual, sería conocida como la catedral de “Los Tres Reyes de Colonia”.
Esta, es la historia, que ha convertido a la ciudad de Colonia en un centro de peregrinación tan importante que se equipara a Roma y Santiago de Compostela.

Pero, a colación de esta historia, surge una, que tomaría fuerza a partir del relato que, el estadounidense Henry Van Dyke (1852-1933) haría a finales del siglo XIX. Sería la existencia de un cuarto mago en la historia, llamado Arbatán, que, durante 30 años, habría buscado a Jesús para hacerle entregas de tres joyas preciosas: un zafiro, un rubí y una perla.
Los “historiadores” y Henry discrepan en algunas cosas, pero en líneas generales, la historia sería la siguiente:


Tras haber visto la estrella en Oriente, partirían cuatro magos hacia su destino portando consigo, oro, incienso, mirra, vino y aceite, estos últimos, en gran cantidad. El viaje fue largo y debieron sortear grandes dificultades, pero, el desierto, sin lugar a dudas, sería su gran rival. Tras varios días por el desierto, les sorprendería en la oscuridad de la noche, una gran tormenta de arena. Los magos, tendrían que bajar de sus monturas y taparse con sus grandes mantos de colores, tratando de soportar el temporal refugiados a la espalda de sus camellos, semienterrados en la arena. Era tal el revuelo, que, casualmente, pasaba por allí un pastor nómada de elevada edad que había perdido a los suyos, y, el cuarto mago, Artabán, fue a auxiliarlo.
A la mañana siguiente, tras el paso de la tormenta, todos se afanaban en retomar la marcha, pero, los magos, habían quedado divididos, pues, Artabán, no aparecía por ninguna parte. Esperaron durante largo tiempo su llegada, y creyendo que lo habían perdido para siempre, retomarían su camino.
Entretanto, el cuarto, se hallaba envuelto en un gran dilema, ya que era requerido por el anciano, pero, si lo ayudaba, jamás llegaría a conocer al Mesías. Sin embargo, su corazón, le impulsó a quedarse con aquel hombre perdido, ya que, de algún modo, si no hubiera prestado ayuda sólo para presentarse ante Jesús, ¿con qué cara le hubiera mirado? Se sentía avergonzado con el sólo hecho de haber podido abandonar a aquel anciano, sólo, para ver cumplido sus deseos.
Así fue como Artabán perdería su mejor oportunidad de conocer al Hijo del hombre. Su vida fue entregada a ayudar a los más desfavorecidos y, un buen día, después de 30 años, llegó a sus oídos lo que se comentaba sobre un supuesto profeta en Galilea. Artabán, sin dudar, sabía de quién se trataba, y partió en pos de sus sueños, sin embargo, era demasiado tarde, y, para cuando logró encontrarlo, Jesús caminaba pesarosamente cargando con una cruz hacia el Gólgota. Triste, Artabán le dijo las siguientes palabras:

-          Toda mi vida te he buscado sin poder encontrarte.
-          No necesitabas buscarme, porque tú siempre has estado a mi lado, -fue la respuesta que dio el nazareno, para perplejidad del cuarto, que, lloroso, cayó al suelo de rodillas.



Sea cual sea la historia real, nos habla de una continua búsqueda, en este caso de Dios, y de las diferentes dificultades que nos encontramos para acercarnos a él. Esa, es sin lugar a dudas el significado del relato de Mateo, y de los demás relatos, la búsqueda constante de la trascendencia del hombre, de los misterios de la vida. Nadie sabe cuándo ni dónde es el final, y el fin de nuestras vidas, pero, aunque no lleguemos a comprender, como le pasó al cuarto, Dios, siempre estará con nosotros. 

Así es como podríamos ver estos pasajes, esta historia tan dividida y hoy en día enraizada en la única idea de comprar regalos para satisfacer nuestra sed de consumo. No seré yo quien te diga querido lector, que pensar. Pero, sin lugar a dudas, una cosa queda clara después de todo lo expuesto, y es, la fascinación que el ser humano, sentirá ayer, hoy y siempre, por el misterio que envuelve nuestras vidas.

Comentarios

Entradas populares