Ego Sum Caritas Est


Hoy es 16 de marzo de 2008, hoy es Domingo de Ramos, y estoy en Jerez. Hace ya una semana que el Reverendo Padre Jesús Fernández de la Puebla cantara la llegada de un nuevo Sueño de Primavera. Hace un día totalmente primaveral, con una temperatura muy agradable, las calles están impregnadas con el dulce aroma a azahar, el Barcelona de Frank Rijkaard jugará por la noche contra el Almería de Unai Emery… Pero para cuando eso esté pasando, sobre las 21:30 de la noche, yo estaré en la calle cruces viendo pasar la Borriquita y el palio de la Estrella. Hoy, sin embargo, quizás, en otra vida, yo estaría cogiendo un avión que volaría desde Praga hacia Jerez. ¿Qué porqué no lo hice? Sencillo, la vida es volátil.

                                                                   Portadilla de mis horarios e itinerarios 2008

La Semana Santa más aún cuando la amas y la vives con toda tu alma, te lo enseña en cada minuto, puesto que en cada segundo de ese minuto se vislumbra la fugacidad de la vida, de todos aquellos bellos momentos que jamás volverán. Yo debería haber viajado a Praga, de hecho, llegué a tener pagado parte del viaje, hasta que se concretaron las fechas. Pero yo no me podía permitir quedarme sin vivir el Domingo de Ramos. No podía hacerlo. Mis amigos no lo entendieron, entre pensativos y ojipláticos, se preguntaban el porqué de una decisión quizás incluso riesgosa. Alguno de ellos me hacía mención a la climatología, ¿y si llovía? Lo siento por mis amigos, y sé de buena tinta que no me echaron de menos y me alegra, pero era un sentimiento que trascendía a mi persona.

Todo se remonta al miércoles 14 de febrero de 2007, cuando tras sentirme indispuesto en clase, mi amigo Javi Mateos me acompañaría a secretaría para poder salir del instituto. Ese día sería el primero de unos interminables 14 días que me obligarían a no poder ir tampoco a Gibraltar y que me harían perder 7 kg de un ya delgado, por aquel entonces, cuerpo. Imagínese, pesaba de normal 57 kg con una estatura por aquel entonces que debía rondar los 1,75 cm, mi complexión era delgada, pero sin duda la enfermedad lo agravaba un poco más. Se ve que los sinos de las personas son caprichosos y aquella Semana Santa, que sería la primera en la que empezaría a salir con mis amigos, mi cuerpo caería exhausto en la Noche de Jesús.

Es posible que a veces la tan parafraseada coletilla de “lo que mal empieza mal acaba” tenga razón. La Cuaresma, o lo que es lo mismo, el Miércoles de Ceniza yo lo pasaría en total reposo en mi casa, mientras estudiaba para un examen que próximamente tendría de Cultura Clásica. La Cuaresma iría quemando etapas a marchas forzadas, cómo siempre. Primero pasó el Vía Crucis de la Unión de Hermandades que presidiría ese año las Cinco Llagas y llegaríamos a tan glorioso pregón de Andrés Cañada Salguero, donde se dirigiría al entonces obispo de Asidonia-Jerez, Monseñor Juan del Río, para pedirle la Coronación Canónica de la Esperanza de la Yedra, hecho que se haría realidad durante la jornada del 14 de septiembre de 2013, pero claro, por aquel entonces, pocos podrían imaginar que nos depararía la vida a cinco años vista.


                                                                                                                Nazareno de las Angustias, Domingo de Ramos de 2008

Entre tanto y paralelamente a todos estos hechos, mi vida como estudiante discurría en cuarto de la ESO sin grandes novedades o problemas más allá de lo que un adolescente pudiera tener de normal. En los pasillos del Alvar Núñez mi amigo Frank y yo soñábamos con una nueva Semana Mayor, planificábamos qué días y dónde íbamos a salir a ver tal o cuál hermandad, respetando por supuesto su día de descanso, el Martes Santo y su querido Miércoles Santo. En cuanto a la Noche de Jesús, yo quería vivirla una última vez junto a mi padre. Y así fue…


                                                                   Portadilla de mis horarios e itinerarios 2007

Sería una Semana Santa de muchas novedades. Tres nuevas hermandades se unirían a la ya amplia nómina de los santos días, dos, Consuelo y Soberano Poder peregrinarían hacia la Santa Iglesia Catedral en la tarde noche del Miércoles Santo, mientras Redención haría lo propio en la del Jueves Santo. Así mismo mi querida hermandad del Perdón abandonaría la Noche de Jesús para recalar en la calidez del Domingo de Ramos. Siempre me apenó ese cambio por esos mágicos momentos vividos en la Ermita de Guía de la mano de mi padre, viendo a esa humilde hermandad salir de una Ermita más modesta aún y que se erguía por aquel entonces, en medio de un descampado en las frías noches de primavera amparada por un escueto pero rico público. Recuerdo con añoranza cómo queríamos que esa Semana Santa fuera perfecta en cuanto a la meteorología se refería, por tal cantidad de acontecimientos a celebrar. Y casi lo fue, salvo por un susto en las postreras horas del Domingo de Ramos que haría que la Coronación tuviera que recortar e ir a la salida de la Catedral a golpe de tambor, buscando su Capilla situada en uno de los barrios con más solera de Jerez de la Frontera, la Albarizuela…

El Miércoles Santo lo viviría con gran entusiasmo. Recorrería el casco antiguo con mi familia; mis padres, mi hermano, mis abuelos, mi tía y mi apreciado tito Paco, que venía de Sevilla y quedaría prendado ante el maravilloso espectáculo que en aquella jornada presenció.

Por aquel entonces, los días de Jueves Santo siempre se me hacían larguísimos y monótonos, hasta que con la noche ya entrada, salía con mi padre a ver a las cofradías de la tarde en su recogida y preparados ya para una nueva Noche de Jesús. Nunca olvidaré como en el descanso para reponer fuerzas en la ya noche del Jueves Santo, notaba que mi cuerpo no respondía, no tenía apetito. Pedí una coca cola y una tapa de huevas aliñadas, más por vergüenza que por otra cosa. Tras lo cual nos encaminamos a ver la Redención que por vez primera hollara el centro jerezano y que curiosamente a la vuelta tomaría por las castizas calles de San Mateo. En aquel año un paso completamente en madera virgen y unos candelabros desnudos sin atisbo de talla, era la estampa del misterio sobre el que iba el Señor… Esos candelabros que botaban mientras la hermandad discurría por las calles, jamás los olvidaré.., al paso del misterio al que seguimos durante unos metros, esos candelabros que no tenían apenas sujeción salvo por unos pequeños cordones, como si de un mal augurio se tratara, se quedarían guardados en mí recuerdo como la alegoría de un delgado hilo que sujeta nuestras vidas y estuviera a punto de romperse en cualquier momento…

Nos encaminamos hacia la calle empedrada y mi cuerpo no podía más. No podía decir nada. Tenía que aguantar y seguir sin mancillar mi orgullo, pero mi padre me sacó en el último instante de aquel bullicio a tiempo para que vomitara como nunca lo había hecho. La gente que pasaba por allí pensaría equivocada que me habría cogido una buena papa, cuando la realidad era mucho más cruel, había recaído.

Me sobrepuse como pude e iríamos en busca del Santo Crucifijo, yo buscaba salud, pero a pesar de unos momentos de tensa espera no la hallaría. Aguanté sí, desfallecido, sí. Y por orgullo jerezano allá que fuimos hacia las Angustias para ver la Sentencia, y cuando atisbaba el paso de misterio en la lejanía, mi cuerpo, dijo basta. No podía, mi cuerpo no respondía, no aguantaba más, me rendí. A la vuelta hacia el coche a la mayor celeridad a la que pudimos, volvería a vomitar varias veces.

                                                Santo Crucifijo, última foto tomada con las últimas fuerzas de aquella Noche de Jesús

Aquel Viernes Santo me quedaría en casa… Recuerdo que mi padre hizo unos filetes de pollo en la plancha recién comprada, que mis abuelos vinieron a casa y que Jerez se teñía de unos cielos plomizos. Recuerdo ver Onda Jerez y en la lejanía de mi hogar, ver el nuevo paso en talla de la Exaltación, recuerdo que, por el cambio acontecido en la Carrera Oficial (a partir de ese año tomaría por la Plaza del Arenal, Monti y Manuel María González para entrar en la Catedral, dejando de lado el antiguo recorrido que conformaba Consistorio, Plaza de la Asunción, José Luis Díez, Santa Isabel y Visitación) debido a la llegada de Muñoz Natera a la presidencia de la Unión de Hermandades, el Loreto sería la última hermandad en pasar ese año por Carrera Oficial y de esta forma se intentaba paliar las desventuras que el Santo Entierro tenía y sigue teniendo, en su vuelta al templo, desde aquellos años 80 que saliera de su querido y añorado Sábado Santo. Entre esos capirotes de color lila podía atisbar a mi amigo Frank de acólito en el Loreto… Recuerdo tantas cosas de ese día… Pero no el olor del azahar, ni el sonido de las trompetas de los pequeños, ni el bullicio de la gente, ni las bellas mujeres yendo y viniendo por doquier, ni… No tengo recuerdos del sabor de aquel Viernes Santo de 2007 y no os lo puedo contar. Mi alma quedó doblaba como el junco de un bambú tras el paso de un vendaval.

Y por eso no podía dejar desamparado este Domingo de Ramos de 2008 a mis hermandades. Yo debía estar allí saboreando cada instante.  Ese día sería la primera vez que saldría solo, que me independizaría como persona. Se puede decir que ese día empezaría a nacer mi forma más perfecta.


                                                                                                       Borriquita, calle Cruces 2008

Así que a ello que fui, con algo de temor, puesto que jamás había ido solo a algún sitio expresamente. Y me reencontré. Poco a poco en aquellos días me iría tomando la revancha por lo que pasó en 2007, y así ha continuado durante todos estos años. Todos estos años ha sido una revancha contra mí mismo.

                                                                                                                                Palio de la Estrella, calle Cruces, 2008

2008 no fue un mal año, a pesar de convertirse en el primer y único año hasta la llegada del maldito 2020, que yo recuerde sin una cofradía en las calles el Miércoles Santo. Y no es para menos, porque la mañana fue aguacero tras aguacero y tras una breve tregua a media mañana que nos haría soñar, mientras hablábamos por MSN mi amigo Gabriel y yo sobre la posibilidad de que aconteciera un milagro que nunca llegó.., todo quedaría en agua de borrajas cuando en torno a las 14-15 horas otra tremenda tromba de agua decaería cualquier atisbo de esperanza. Son pocos los días que se vienen a mi memoria donde la decisión era tan clara como el agua que caía, quizás conjuntamente a aquel nefasto Domingo de Ramos de 2003, único que recuerdo también hasta la llegada de la pandemia sin hermandades en las calles jerezanas y, cómo olvidar aquel aciago 2011 cuando el barrio de San Benito se inundó en un mar de lágrimas recordando a nuestro amado Selu Dormido de la Hera….

                                                             Selu en la tarde noche de aquel Domingo de Ramos de 2008

Siempre he luchado contra el mal cuerpo, el cansancio, los dolores…Incluso en 2012. Un 2012 que con el menisco partido y sin poder casi articular la rodilla a partir del Martes Santo, ahí que estaba. Os seré sincero, ha sido la única vez en mi vida que me sentí aliviado de que la lluvia hiciera acto de presencia en la tarde del Jueves y Viernes Santo para poder descansar un poco mi maltrecha rodilla. En cualquier otra ocasión, tras la recogida en San Pedro hubiera continuado mi andanza en busca de la Soledad, Santo Entierro o el Cristo, pero aquel día y ante el calor de mis amigos que vestían túnica o cargaban en el Loreto, allí que me quedé en el Guitarrón tomando un Pedro Ximénez a la salud de todos ellos, mientras, gracias a una pequeña televisión, presenciaba el momento en que las nubes empezaban a descargar con cierta fuerza en la recogida del Cristo. Es muy egoísta decirlo y de corazón hubiera preferido que no ocurriera, pero así fue y así ocurrió y más que resignación como en tantos años, mi cuerpo lo agradeció. De no haber ocurrido hubiera continuado mi peregrinar hasta las últimas consecuencias.

La vida es efímera. Hoy estamos aquí y dentro de unos días o siquiera unas horas ya no lo estamos. Una enfermedad…, un accidente…, nadie está libre y más allá de esta maldita pandemia, que ha venido a recordarnos que debemos saborear cada instante como si fuera el último, yo ya por aquel entonces lo intuía y lo comprendía. Si la Semana Santa era algo que amaba y quería, debía paladearla hasta el último estertor.

Durante la Semana Santa, y en el recogimiento de esas calles estrechas, en las oscuras noches a la vera de aquellos nazarenos y de un aire mezclado de indescriptibles sabores y aromas llenos de pasión, comprendes, que ese es último instante de una bella historia que jamás se repetirá. Ni el bullicio será el mismo, ni los sonidos, ni los colores, ni el gorjeo de las golondrinas, todo cambia y todo es distinto, parecido sí, pero no igual. Ni siquiera las calles parecen las mismas. Cada instante es el último. La Semana Santa no acaba en Jerez en el Calvario con el Santo Entierro. Ni acaba el Domingo de Resurrección en la Catedral con el Resucitado. La Semana Santa, todas, se acaban en cada instante, se van derritiendo como la cera que portan los pasos sin que nos percatemos, desde el preciso instante en el que nace. Como la vida. Todo acaba. Nuestra vida acaba y se va apagando en cada instante, paso a paso, cada latido de nuestro corazón es el último. No podría serlo, lo es, todos los momentos de nuestra vida son los últimos. El beso de cada pareja enamorada, cada sonrisa lanzada al vuelo, cada mirada fugaz, cada lágrima de tristeza, cada discusión con tu hermano, cada muestra de cariño, cada amistad que empieza y termina, todo se concentra en un único, preciso y precioso instante que reduce nuestras vidas a la nada y el todo. Cada instante que percibimos es el último momento de nuestras vidas. Cada uno de ellos son únicos, bellos, inigualables, irrepetibles e indudablemente intransferibles. Las palabras, por más pasión que se ponga, jamás llegarán a describir ese excepcional instante que se nos quedará grabado para el recuerdo en cada uno de nuestros corazones. Para mí, la Semana Santa es la mayor demostración de amor que podemos tener hacia los demás, en el hecho de conocer que cada segundo es el último y, recalca la responsabilidad de disfrutar de la vida que se nos ha dado, de tratarnos mejor los unos a los otros, respetar, querer y hacer la vida más feliz a través de la amabilidad y la compasión, y de preservar y amarnos a nosotros mismos, la única vida que jamás hayamos conocido y conoceremos.


“El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.” Juan 4:7-9

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