Un Universo Lleno de Vida: La señal "Wow!"

“Creo que la vida emerge en cualquier parte siempre que se den determinadas condiciones. La astrobiología estudia precisamente eso, la evolución de la vida en el contexto de la evolución del universo. Y es que toda la historia del Universo lleva hacia la vida. Desde el Big Bang a la formación de los primeros átomos, estrellas, planetas… Los elementos de la vida son comunes: Carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, fósforo y azufre. Y estos elementos se forman en el corazón de las estrellas. Algunos incluso después de sus muertes violentas. La vida se compone de las cenizas de generaciones pasadas de estrellas.”
“….en el medio interestelar también hay una química muy activa y allí se forman moléculas orgánicas. Cianido de hidrógeno, ácido fórmico, formaldeido y otros compuestos orgánicos complejos. Hemos encontrado hasta 50 moléculas orgánicas diferentes en el medio interestelar, en las nubes de polvo y gas de las que nacen las estrellas. Esas nubes se colapsan y forman las estrellas. Y en el mismo proceso, de los restos de la formación estelar, también nacen los planetas. Es decir; las moléculas orgánicas pasan de este modo del medio interestelar a los planetas. Y finalmente, en algunos de esos planetas, dan origen a la vida.” Gerda Horneck, Ex-Directora Adjunta del Instituto de Medicina Aeroespacial del DLR, miembro del Comité Científico Internacional de REDESPA, 2 de Junio de 2014.



Desde los albores de la astronáutica el hombre ha sentido la fascinación por encontrar vida más allá de nuestro querido planeta, y de no hacerlo, al menos dejar la constancia de que durante un brevísimo suspiro en la edad universal, la hubo en la Tierra. De esta manera, Sagan y Drake serían los encargados de diseñar las placas de aluminio anodizado al oro y de un tamaño menor que un folio que serían enviadas dentro de las sondas Pioneer 10 y 11, con destino a las estrellas y la eternidad.
Pioneer 10 sería lanzada al espacio el día 2 de marzo de 1972 tras diversos contratiempos, por su parte, su hermana gemela haría otro tanto el 5 de abril de 1973. La primera de ellas, tras su estudio de Júpiter y convertirse en la primera sonda en traspasar la órbita de Neptuno, se dirige inexorablemente hacia la gigante naranja, Aldebarán, estrella que se sitúa en la constelación de Tauro, a unos 65 años luz aproximadamente de nuestro hogar. Gracias a su impulso inicial, tardará más de millón y medio de años en llegar a ella. Por su parte Pioneer 11, cumplida su misión, se dirige en una dirección totalmente opuesta a la de su hermana camino a la inmensidad del espacio. (Para saber más, leer: La Conquista de Júpiter y sus Lunas)

La ecuación de Drake, supondría un desafío para aquellos que estimaban que la vida en el Universo era simplemente una constante más, pura matemática, simple probabilidad, 100 mil millones de estrellas, en otras tantas galaxias… Solo era una cuestión de tiempo para algunos el encontrar alguna evidencia. La realidad… 50 años más tarde… No la hay, ¿o sí? (Para saber más, leer: Sobre Drake y Mensajes en una Botella)

Frank Drake y Carl Sagan en su inquebrantable labor para con la ciencia y bajo el amparo del proyecto SETI (Search for ExtraTerrestrial Intelligence), volverían a desarrollar un mensaje que sería enviado hacia las estrellas, concretamente  hacia el Cúmulo Globular M13, objeto celeste que se encuentra en la dirección de la constelación de Hércules, a una distancia de la Tierra de unos 25 mil años luz, gracias a al radiotelescopio de Arecibo el 16 de noviembre de 1974. Dicho mensaje contenía información sobre la situación de nuestro Sistema Solar, el planeta y el Ser Humano. Para cuando hubiera respuesta, de haberla, es más que probable que nuestra especie hubiera ya emigrado hacia las estrellas o por el contrario, hubiese perecido entre alguna de sus barbaries.
Sagan nos dejó hace más de 20 años, pero quizás para Drake aún pueda existir la esperanza de saber antes de partir, si, verdaderamente estábamos solos o si de alguna manera, la señal más enigmática de todos los tiempos, verdaderamente procedía de una civilización avanzada. (Para saber más, leer: Carl Sagan: Una Historia Personal)

John Daniel Kraus, (8 de junio de 1910, Ann Arbor, Michigan EEUU, – 18 de julio de 2004, Delaware Country, Ohio, EEUU), fue un físico conocido en el siglo XX por sus contribuciones al estudio sobre el electromagnetismo, la radioastronomía y la teoría de antena. Debido a sus estudios sería el encargado de diseñar el radiotelescopio tipo “Kraus”, siendo estos instrumentos de tránsito, donde el espejo primario plano refleja ondas de radio hacia el espejo secundario esférico, que lo enfoca hacia un carro focal móvil. El primario se inclina hacia el norte-sur para seleccionar cualquier objeto cerca del meridiano, mientras que el carro focal se desplaza hacia el este-oeste a lo largo de los lazos del ferrocarril para rastrear objetos cerca del tránsito.



En 1956, empezaría la construcción de un radiotelescopio tipo “Kraus”, cuya localización sería el Observatorio de Perkins en la Universidad Wesleyna de Ohio, sería conocido como Big Ear. Inaugurándose en 1963, sería integrado como parte del proyecto de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (SETI), de la Universidad Estatal de Ohio.
El software de la computadora del radiotelescopio fue diseñado por Robert S. Dixon, ingeniero eléctrico trabajador de SETI y Jerry R. Ehman, profesor entonces de la Universidad de Colombus. Era bastante sofisticado para la época ya que era capaz de ejecutar diversos algoritmos de búsqueda simultáneamente, además de solucionar la falta de espacio y ahorrar tinta ya que se rastreaban a la vez 50 canales en la frecuencia del hidrógeno neutro (1420 MHz), dicha frecuencia se eligió debido a que es el elemento más abundante del Universo. Es cierto que existen millones de frecuencias en todo el espectro radioeléctrico, pero siempre se ha pensado que una civilización lo suficientemente avanzada debería conocer la radioastronomía, por lo que realizarían investigaciones radioastronómicas. De ser así, al ser el hidrógeno neutro el elemento más abundante del cosmos, proporcionaría un canal óptimo para la emisión y recepción de señales, tal y como plantearon el 19 de septiembre de 1959 los físicos Giuseppe Cocconi (3 de octubre de 1914 en Como, Italia – 9 de noviembre de 2008 en Ginebra, Suiza) y Philip Morrison (7 de noviembre de 1915, Somerville, New Jersey, EEUU – 22 de abril de 2005 Cambridge, Massachussetts, EEUU) en la revista Nature.



Por su parte, existen varios tipos de ondas como la frecuencia modulada (FM), modulación amplia (AM), modulación de fase, etc. Pero entre todas ellas, existe una en concreto que debido a su particular capacidad de concentrar gran cantidad de energía en el menor ancho de banda sería la elegida para salvar las vastedades cósmicas, es la conocida como onda continua (CW), que por ser de frecuencia fija, permitiría además ser escuchada a niveles muy bajos de señal, tal y como ocurre con el código Morse.

Pasaron los años, la década, sin que ninguna anomalía fuera registrada. Estaba cerca de cumplirse la segunda década del lanzamiento por vez primera del primer satélite artificial, el Sputnik, el 4 de octubre de 1957. Desde ese momento, los millones de impulsos de información que habían llegado desde el espacio habían ido siendo minuciosamente estudiados y almacenados para futuras investigaciones, sin llamar ninguno de ellos la atención. Pero aquella noche calurosa del 15 de agosto de 1977, una fugaz perturbación posiblemente proveniente de Chi Sagittarii, 3 sistemas estelares en la constelación del zodíaco de Sagitario, a una distancia de nuestro planeta de 220 años luz, arribaría a la Tierra a las 23:16 horas, registrándose automáticamente la dirección, el tiempo y la intensidad de aquella señal totalmente distinta de cualquier fenómeno natural que antes cualquier Ser Humano hubiera observado. Big Ear había escuchado, ¿pero qué exactamente?
Jerry Ehman que por aquel entonces tenía 37 años, trabajaba en el radiotelescopio como voluntario y sería el primero en atisbar la anomalía, días más tarde. En un principio la señal sería estudiada por Dixon y el propio director del observatorio, Kraus, creyeron que podría tratarse de una sonda espacial desconocida, pero de ser así, la señal se debería haber podido captar nuevamente. 72 segundos era tiempo que tardaba Big Ear en registrar un punto determinado del firmamento, por lo que cualquier otra señal registrada hubiera seguido el mismo patrón de duración, lo cual eliminaría la posible interferencia terrestre. Además el radiotelescopio poseía 2 receptores separados que observaban el mismo emplazamiento en el cielo con 3 minutos de diferencia, sin embargo, nunca más se supo.  



El trabajo monótono y constante que por más de una década había desempeñado el radiotelescopio, se traducía, en cientos de listados de números y letras que se iban descifrando, indicando lo encontrado en cada uno de los 50 canales examinados, gracias a la impresora. La señal, utilizando el protocolo establecido, quedaría registrada pero no grabada, como “6EQUJ5”.  De hecho, las intensidades registradas por Big Ear se codificaban de la siguiente manera:

·         0 = 0 intensidad
·         Del 1 al 9 = Intensidad del 1 al 9
·         De la “A” a la “Z” = Intensidad del 10 al 35

Por lo que el valor U con una intensidad entre el 30.0 y 30.999 sería la mayor registrada por el telescopio, sobre el ruido de fondo del Universo.
Ehman totalmente anonadado, rodeó con gran emoción y sorpresa, bolígrafo rojo en mano, el registro, anotando al margen izquierdo del folio un contundente, “Wow!”.



Pasaron las décadas y cientos de teorías y especulaciones se irían vertiendo respecto a lo ocurrido en aquella noche en Ohio, pero ninguna ha podido ser probada, ni siquiera la más exótica de ellas, la de procedencia inteligente allende las estrellas. No obstante, en el año 2016, un científico del Colegio de San Petersburgo en Florida, Antonio Paris, inició una campaña de crowdfunding, en la que pedía 20 mil dólares para poder estudiar dos objetos que podrían dar con la solución del problema, debido a que para las fechas que el planteaba los instrumentos existentes para llevar a cabo dicho propósito estarían reservados, debería de comprar o construir su propio radiotelescopio.
Los dos objetos en cuestión fueron descubiertos hace aproximadamente una década. Se tratarían de dos cometas que por 1977 no se conocían y que tras ser descubiertos, el 27 de octubre de 2006 y el 31 de diciembre de 2008, y bautizados como 266P/Cristensen y 335P/Gibbs respectivamente, al estudiar su órbita alrededor del astro rey, su ubicación aquel 15 de agosto coincidiría con la procedencia de la señal, “Wow!”.
Lo que Antonio Paris planteaba, era que la señal fue emitida por la emisión de hidrógeno de un cometa mientras transitaba el cúmulo estelar M55 en la constelación de Sagitario. Para ello, Paris necesitaba observar el paso de los cometas cuando se produjera por la constelación de Sagitario, dichos pasos se producirían el 25 de enero de 2017 para el 266P/Cristensen y el 7 de enero de 2018 para el 335P/Gibbs.



Tras conseguir los fondos necesarios, el Centro de Ciencia Planetaria, realizaría 200 observaciones del espectro de radio entre el 27 de noviembre de 2016 hasta el pasado 24 de febrero. Cuando 266P/Cristensen se acercó a la localización que se estimaba, cosa que ocurre cada 7 años y medios aproximadamente, Paris observó que cada cometa poseía alrededor de su cuerpo una gran nube de hidrógeno con un radio de varios millones de kilómetros, cuando el investigador comparó la señal emitida por 266P con otros cometas, detectó el mismo tipo que 40 años antes Ehman había observado en 1420 MHz. 
El 1 de abril de 2017 la Washington Academy of Sciences aceptaba las observaciones realizadas por el equipo de Paris. A expensas de saber que ocurrirá cuando se estudie el cometa 335P/Gibbs, Paris parecía que había resuelto el enigma de “Wow!”.
Nada más lejos de la realidad. (Para saber más, leer: La Señal)

Las críticas a este nuevo “hallazgo”, no se hicieron esperar por parte de diversos astrónomos de relativo prestigio, entre los que se encontraban el propio Ehman. Este al analizar el estudio de Paris encontró dos grandes problemas: la señal no se repitió y apareció por poco tiempo. Como anotamos anteriormente, Big Ear poseía dos “cuernos de alimentación”,

“… deberíamos haber visto la fuente venir dos veces en unos 3 minutos: una respuesta de 72 segundos y una segunda respuesta durante 72 segundos después dentro de un minuto y medio. No vimos la segunda.” Recalca Ehman en una entrevista reciente para Live Science.

Según la deducción de Ehman, un cometa no podría jamás producir ese tipo de señal ya que esta fue cortada abruptamente, y los cometas poseen gases que lo rodean cubriendo grandes áreas difusas, además de que no habría escapado tan velozmente del campo de visión del radiotelescopio.
Sin embargo, para el astrónomo que siempre será conocido como aquel que por vez primera tuvo contacto con “Wow!”, la idea de que fuera de origen alienígena no le convence, ya que expone en el mismo artículo de Live Science, que existen muchos fenómenos que muestran apariciones súbitas y desapariciones de señales de radio, como las ráfagas de radio rápido FRBs, que son ráfagas ampliamente estudiadas de orígenes astrofísicos aún desconocido que a día de hoy generan un gran debate entre astrónomos de todo el mundo, ya que generan señales irregulares, que duran sólo milisegundos.




La ciencia nunca dejará de avanzar, hace 40 años era una quimera el simple hecho de pensar resolver qué pudo producir la señal “Wow!”, pero los nuevos avances en radioastronomía abren nuevas puertas e interrogantes, que en los tiempos venideros generará nuevos y apasionantes debates, ¿tendrá razón Paris? ¿Se impondrá Drake a Fermi? ¿Será recordado Ehman como el primer hombre que reconoció una señal de origen inteligente proveniente de las estrellas? El tiempo nos dará la respuesta a estos y nuevos emocionantes interrogantes, que a buen seguro irán surgiendo durante el camino que nuestra civilización aún realiza de la mano de la ciencia. (Para saber más, leer: La Interrogante de Fermi)

Continuará...



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