Cuando la Tierra Habla: Apo Namalyri, Pinatubo
Los dioses de la Tierra duermen, duermen pero
permanecen en sueños pendientes de la humanidad, aquellos por los que fueron
creadores y creados, aquellos por los que viven y creen.
La
tribu de los Aeta sabe de sobra de lo que les hablo, ellos veneraban al dios
creador de todo, el ser supremo Apo Namalyri.
Namalyari
observaba desde las entrañas de la Tierra esperando el momento para recordar a
los humanos, que, el poder de la naturaleza jamás podrá ser desafiado por los
insolentes mortales.
Pasarían
siglos, donde el gran dios dormiría, hasta que, un día, el 2 de Abril de 1991,
tras más de V siglos en la sombra, recordaría al mundo la voracidad de los
dioses, unos dioses ancestrales y primitivos que nos recuerdan una y otra vez
que somos la tierra misma, y, que si ellos así lo desean, al polvo deberemos
volver.
Lo
que aquel ser supremo vio al despertar le desgarró el alma, aquella montaña que
el custodiaba estaba siendo destruida, prostituida por el hombre. Los bosques
antes frondosos habían dado paso a yermas praderas, donde antes había árboles,
ahora se levantaban fábricas que contaminaban los cielos, que en su día, celestes, se alzaban al firmamento.
Apo
Namalyari encolerizó. Durante meses acumuló una fuerza destructiva jamás vista
por el hombre moderno, equivalente a la desvelada por su hermano Krakatoa en
1.883. (Para saber más, leer: El Rugido de Gaia)
Mientras
esto ocurría, los pueblos de las laderas, tribus antiguas, arcaicas que vivían
en las faldas del monstruo observaron los signos que alertaban y precedían a la
catástrofe.
Algunos
de los Aetas bajarían hacia las zonas del mundo civilizado para alertar de
ello. De esta manera, ese 2 de Abril empezaría una investigación que salvaría a
cerca de un millón de personas de ser incineradas, calcinadas en vida.
Las
pequeñas explosiones, que pudieron ser vistas por los Aetas, alertaría al
gobierno filipino que mandaría hacia la montaña a los mejores sismólogos con los
que contaba el país. Estos, por su parte, empezarían a indagar, descubriendo
una caldera bajo ellos, hallando que la montaña guardaba un oscuro
secreto... Se trataba de un volcán explosivo que se encontraba en el anillo de fuego, y a tenor de las indagaciones, uno
de los mayores que la humanidad habría podido ver desde que empezara a andar
por la Tierra. (Para saber más, leer: El Gran Cuello de Botella)
Sin
embargo, los medios tecnológicos de los que disponían los investigadores, no
eran lo bastante avanzados como para descubrir todos los secretos que guardaba
en su interior. De esta manera, se produciría un debate sobre sí pedir o no
ayuda a los americanos, que por aquel entonces, tenían la base aérea más grande
fuera de su país a escasos 16 km de la cima del Pinatubo.
Clark
Air Base, era una antigua base de los EEUU Air Force en la isla de Luzón en
Filipinas, se situaba a sólo 3 km al oeste de la ciudad de los Ángeles, y a
unos 40 km al noroeste de Metro Manila. Se trataba de una instalación militar
estadounidense desde 1.903, la cual, cubría
unos 37 km2 con una reserva militar que se extendía al norte
y que cubría otros 596 km2.
Se
trataba de un bastión de las fuerzas filipinas y americanas desde la Segunda
Guerra Mundial hasta 1.975, y la piedra angular de apoyo logístico durante el
conflicto con Vietnan.
Tras
agrios debates, finalmente decidieron pedir ayuda a los americanos que enviaron
a sus mejores vulcanólogos a la zona. En las primeras inspecciones los patrones
eran claros, había que desalojar la zona, el problema sin embargo, radicaba en
el tiempo, ¿cuándo sucedería el cataclismo? Era una cuestión imposible de predecir,
podía ocurrir en día o en años.., eso, sólo lo podía saber el dios de la montaña.
Así
fueron pasando las semanas, los meses, mientras que el gobierno de los EEUU
presionaba para que sus científicos desmontaran todo, a no ser que existiera un
riesgo real de erupción. Por su parte, el gobierno de filipinas instaba a los gobiernos
locales a evacuar las zonas que corrieran riesgos, sin embargo, los elevados
costes los hacían reacios a la evacuación, sin existir la convicción real
del cataclismo.
Pero
pronto, las evidencias darían la razón a aquellos que defendían el despertar
del dios.
A
principios de Junio la caldera se fue calentando, evidenciando un mayor estímulo
en su interior, lo que hizo que la presión en su interior se elevara de manera
drástica, esto provocó una serie de terremotos que se alargaron durante el
comienzo de aquel mes de Junio de 1.991. Algo iba a pasar, pero nadie podía
imaginar la magnitud de la bestia.
Los
sismólogos se afanaban en descubrir junto a los vulcanólogos como de grande
podía ser el tapón, que hacía que la lava no fluyera al exterior, pero los datos
eran confusos.
De
esta manera, se buscaron otros modos de descubrir cuan destructor podía llegar a
ser el dios bajo la montaña. Buscaron evidencias de anteriores erupciones, y lo
que descubrieron llenó de temor el corazón de aquellos buenos hombres. Bajo los
pies de la misma base de Clark se encontraba la evidencia viva de la furia
desatada por la tierra. Las pruebas que
se descubrieron daban a entender que el monstruo que estaba a punto de despertar, era
mayor en potencia que Krakatoa.
El 7
de Junio, una gran columna de humo se elevó a los cielos por 8 km, iniciando una escalada en los temblores que recorrían
la tierra llegando a corresponder a un terremoto por minuto.
Los
esfuerzos que los científicos hicieron fueron titánicos. Sabían, al contrario
que la población, que ese no era ni mucho menos el fin, sino el principio de una
historia temible, de una historia que terminaría desatando los infiernos en la
Tierra.
Las
ciudades empezaron a ser desalojadas, pero un nutrido grupo de tribus se
negarían a partir, esa era su tierra y nunca la abandonarían.
Ante
esta tesitura, el gobierno de filipinas, ayudado por un gran cuerpo de
científicos, elaboraron un vídeo con imágenes de las más funestas catástrofes
llevadas a cabo por los dioses de la Tierra. Así fue como recorrieron durante
días aldea por aldea, tribu a tribu, enseñándoles el poder que desataría Apo
sobre ellos. Ahora tenían que elegir, entre la civilización que había enfurecido
a Apo, o un dios encolerizado y desatado de sus cadenas en la tierra.
Muchos
fueron los que abandonaron sus casas, a las que nunca más volverían, y si lo
hacían, recordarían con amargura, que un día allí mismo, se elevaba un paisaje
que jamás sería recuperado. Otros, la minoría, decidieron quedarse a esperar.
A
las 8:50 am del 12 de Junio de 1.991, Namalyri se libraría finalmente de sus cadenas,
y aunque pareciera increíble nada se escuchó, pero la verdad era que allá
arriba asomaba una gigantesca nube de ceniza que se elevaba a gran velocidad a
19 km de la superficie. Muchos creyeron que esa era su furia final, pero
estaban equivocados...
Los
científicos seguían trabajando en sus estudios y dictaminaron, que no había
señal alguna que diera lugar a pensar que el magma hubiera brotado al exterior, por tanto, eso sólo podía significar una cosa, lo peor estaba por llegar, y
no tardaría en hacerlo.
Los
pocos que quedaban en sus tierras, huyeron despavoridos buscando refugio lejos
del volcán, salvo un pequeño grupo de Aetas que se refugiaron en una cueva en
las faldas del volcán esperando el final o, un milagro.
Durante
las siguientes 48 horas, se produjeron terremotos cada vez de mayor intensidad,
más constantes y cercanos a la superficie, el monstruo se había levantado,
caminaba e iba a destruir todo a su paso. Mientras Namalyri caminaba, salía a través
de la tierra humo incandescente que oscurecía la luz del Sol, inundando de
oscuridad todo cuanto tocaba.
Para
mayor desgracia, algo igualmente terrorífico se acercaba desde el océano, el
llamado tifón Yunya. Los poderes de la tierra iban a dar un escarmiento a
aquellos que profanaron lo que por derecho les pertenecía, un escarmiento que
hoy recordamos con pena, y se nos encoje el corazón por aquellos que sufrieron,
y ya perecieran o sobrevivieran al suceso, recordándolos con ternura.
Aquel
15 de Junio, daría comienzo y final de esta triste historia llevada a cabo por
el pavoroso enfrentamiento de la naturaleza, un choque de dioses.
Eran
las 5:55 am, mientras que la gran mayoría que quedan a la sombra del volcán,
científicos que habían estado investigando sobre el cataclismo y que habían
intervenido para salvar miles de vida, se afanaban por descubrir la jugada
final de Apo, un atronador rugido resonó en el amanecer. El final había
comenzado.
Durante
las siguientes 6 horas, se producirían 4 erupciones más, convirtiendo en noche
el día. El cielo quedó oscurecido por millones de Toneladas de ceniza
expulsadas a más de 50 km/h.
A las 13:24 se produciría el peor cataclismo
natural del siglo XX, liberando una energía 200 mil veces superior a la
explosión causada por la bomba nuclear lanzada sobre Hiroshima. La venganza de
Apo Namalyri estaba en curso.
Pronto
serían expulsados 5 km3 , es decir, 5000 millones de m3 de
magma al exterior, alcanzando en pocos segundos la estratosfera, a más de 35 km
de altura. La nube ardiente viajó con temperaturas que oscilaban entre los 350
ºC a los 1000 ºC, cubriendo una superficie de 125 mil km2.
Se
estima que fueron: 800 mil Toneladas de Zinc, 600 mil Toneladas de Cobre, 550 mil
Toneladas de Cromo, otras 300 mil de Níquel, 100 mil Toneladas de Plomo, 10 mil
de Arsénico, 1000 Toneladas de Cadmio y unas 800 Toneladas de Mercurio las que
cubrieron la superficie.
Se
produjeron grandes coladas de barro que acompañaron en su trayectoria a la nube
mortal de flujos piroclásticos, como nos narró Plinio en el cataclismo que
asoló Pompeya, esta vez, esa nube de terror a 8000 ºC se desplazaba a una
velocidad cercana a los 200 km/h arrasando todo cuento se encontraba a su paso,
reduciéndolo a cenizas. (Para saber más, leer: El Enemigo de Roma)
A
las 15 horas de ese terrorífico 15 de Junio de 1.991, no quedaba atisbo alguno
del astro rey sobre el cielo, que, engullido por las sombras, había dado paso a
un infierno desatado.
Mientras esto acontecía, la tormenta de
piroclastos arrasaría la cueva donde unos pocos Aetas habían buscado el
refugio, sin embargo, por increíble que parezca, una familia consiguió
sobrevivir tras untarse en estiércol por completo y, según ellos cuentan, mientras
todos chillaban e intentaban huir despavoridos, ellos rezaban a su único dios,
Apo Namalyri, que, clemente, como una de las plagas que asoló Egipto, mantuvo la
llama en el corazón de sus súbitos, mientras, aquellos que no habían tenido fe en
él, eran carbonizados y convertidos en nada.
Por
su parte, los científicos estaban abocados a un triste final, habían tardado en
desalojar en pos del pueblo y probablemente perecieran. Hoy en día cuentan como
en su desgarradora carrera por salvar sus vidas, veían como las tenazas de la tierra, les iban cerrando el paso a medida que circulaban por la noche más oscura que
ellos recuerdan.
Por
increíble que parezca sólo perecerían unas 300 personas por culpa de tal erupción.
Pero lo peor estaba por llegar. Desde el día anterior se sabía que el tifón
Yunya arrasaría la tierra el día 15, y por lo tanto los evacuados en los
distintos campamentos, alrededor de 50.000 personas, sin contar norteamericanos, tendrían que ser nuevamente llevados a otros lugares para salvaguardar sus
vidas.
Yunya
tocaría tierra justo en el momento culmen de la erupción de Pinatubo lo que
provocó una gran tormenta de lodo, aplastando todo lo que se puso a su paso, convirtiéndose el mayor asesino de todos. No había estructura alguna que fuera
capaz de resistir el peso de ingentes mezclas de tierra y roca que llovía desde
el cielo.
Tras
dos días de caos absoluto, volvería a gobernar el Sol, lo que se pudo ver, no
tenía parangón alguno, allí donde frondosos bosques una vez habían habitado al
cobijo de la montaña, no había más que muerte y desolación.
Las
cenizas fueron registradas en esos días desde Malasia, Camboya y Vietnan. Poco
a poco, las partículas de azufre introducidas por el volcán en la estratosfera,
irían extendiéndose por el planeta, provocando la mayor de las perturbaciones
atmosféricas conocidas desde que el Krakatoa estallará en 1.883. La nube de
aerosoles recorrió el planeta en poco más de tres semanas, y seguiría presente
por más de un año. La temperatura global bajaría en medio grado, y, en lugares
como Canarias, en los siguientes meses, se verían los atardeceres más
espectaculares que se recuerdan, debido a la reflexión de la luz sobre los
mismos.
La
nube produciría un descenso en la cantidad de radiación que llegaba a la
superficie terrestre proveniente del Sol, lo que hizo, que, en los dos años
siguientes, dícese en 1.992 y 1.993, bajaran entre 0,5 y 0,6 ºC la temperatura
global.
Estudios
posteriores advierten que el poder que se desató, hizo que el nivel del mar bajase
unos cinco milímetros que se mantuvieron durante varios años. Tras ello, el mar
siguió ganándole la partida a la tierra como se venía observando desde hacía un
tiempo, debido entre otros factores al calentamiento global.
La
respuesta a tal suceso se encuentra en el enfriamiento global que vimos
anteriormente. La pantalla que cubrió los cielos hizo por primera vez en
decenas de años que los casquetes polares en vez de retroceder aumentaran en masa.
La
erupción sería la segunda en duración de todo el siglo XX, así como la más
potente. Su índice de explosividad se catalogó por encima de los 6 puntos, en
una escala de 8 diseñada por los vulcanólogos para medir la explosividad de una
erupción. Pinatubo ha sido declarado como un volcán pliniano, erupción volcánica caracterizada
por su similitud con la acontecida en el monte Vesubio. Sin embargo las cifras
hacen que su poder destructor multiplique por dos al que tuvo lugar en Pompeya
en el año 79. Arrojó cerca de 10
billones de Toneladas de magma, y al menos 20 millones de Toneladas de SO2,
o lo que es lo mismo, óxido de azufre.
Y,
por supuesto, se convertiría en la mayor erupción jamás filmada…
El
recuento de desaparecidos en la catástrofe no superaría los 1.000, y aunque
parecieran muchos, pone de manifiesto el gran trabajo conjunto que un grupo de
hombres realizó para minimizar los impactos de la erupción, poniendo sus vidas
en juego hasta un límite insospechado.
Hoy
en día recordamos el lejano eco de lo que podría haber pasado a través de las
filmaciones y las fotos, pero hay que recordar a los héroes de esta historia, a
esos científicos que se enfrentaron a los dioses para salvar el máximo de vidas
humanas.
Hoy
en día, Apo Namalyri descansa, duerme sabiendo que por mucho terror que desate, no servirá de nada gracias al trabajo conjunto de unos humanos desinteresados,
aunque nos recuerda el poder atroz que la naturaleza puede llegar a desencadenar.
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